Todos sabemos que hay una ley —que todos tildan de incomprensible y anacrónica— que dice que no se pueden publicar los sondeos electorales la semana antes de las elecciones. La gente dice que es incomprensible y anacrónico porque... a ver... es como poner puertas al campo. No puedes prohibir que en Andorra se publiquen encuestas.
Pero eso no quiere decir que no tuviera sentido esta ley en cuanto a su fondo. Si le damos credibilidad a las encuestas, quizá decidamos el voto según le va al resto. «Voto a éste para que no gane tal» o «voto a tal para que no se alíe con cuál», o vete tú a saber. El hecho de que tengamos esta información puede influirnos. Esto es la aplicación del principio de incertidumbre aplicado a las elecciones. Si no conociéramos estas encuestas... quizá votaríamos distinto.
Así que en diciembre nos pusimos todos a ver a cuánto estaba el agua, las fresas, las berenjenas, las naranjas y los tomates. La lonja andorrana era visitada a diario. No mirar las encuestas en Twitter o en letra impresa... es difícil.
Pero... ¿Y en la radio?
Jugar en la radio a dar las encuestas con melocotones, fresas, agua, berenjenas y tomates... quedaría raro. Sin embargo, en estas elecciones ya está establecido el código. Tanto, que no hacía falta explicar mucho más las cosas. Así que, por ejemplo, en «La Brújula», quedó el trocito de encuestas andorranas de las siguiente manera, si pinchas en este radiochip lonjo:
Estuvieron también hablando en el «Hoy por Hoy» con el director del periódico andorrano que nos informa de cómo está su lonja. Pero lo divertido era escuchar un trozo de informativo donde los precios de las frutas eran la propia información.
Como se dice en el radiochip, al final, esta encuesta no es que estuviese perfectamente atinada. Sólo hay una lonja, con lo que no sabemos qué sesgo tiene. No se pueden hacer medias de encuestas, ni podemos saber qué sesgo tiene esa encuesta... Una encuesta que quizá haya influido en nuestro voto. Era la única encuesta y la damos por verdadera no sé muy bien por qué.
Según se ve, cuando nos preguntan si nos influyen las encuestas, decimos que no. Pero si nos preguntan si al resto de la gente les influye, decimos en masa que sí. Debe ser que nosotros mismos nos consideramos menos influenciables o que no somos gente.
Según se ve, cuando nos preguntan si nos influyen las encuestas, decimos que no. Pero si nos preguntan si al resto de la gente les influye, decimos en masa que sí. Debe ser que nosotros mismos nos consideramos menos influenciables o que no somos gente.
La frutería de Heisenberg, señora.
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