Parece la bandera de Azerbayán pero dada la vuelta. Pero no, son los Ondas de 1993. Continuando la tónica de esos años, una lista minimalista. E igual que en 1992... Ningún premio para la SER y ninguno para Antena 3 Radio, que era ya de ellos. Pero sí un premio para Cadena Dial. Igual que con Los 40 Principales, a cadana nueva de la casa... Premio que te va.
Porque Cadena Dial tenía casi 2 años de vida solamente, pero igual era una manera de potenciar la marca. Siempre fue música en español, siempre con el favor de público femenino... «Romántica y Latina» se dijo muchos años. Han pasado casi 25 de este Ondas y sigue siendo... femenina, latina, romántica... y cuqui. El radiochip de hoy es de 2016, y es muy «de enamorados». Radiochip enamorado:
Otro premio fue para el programa «La Ley de la Calle», que es el programa que hizo en RNE Pérez-Reverte y que ya pasó por el blog. Y otro Ondas —el tercero— para Encarna Sánchez. Su último Ondas, porque poco tiempo más tarde murió.
En 1994, ya os adelanto, también premiaron a algún programa de tarde, y de paso volvió la SER a recibir un Ondas... Pasó a ser la nº1 en audiencia al final del año y ya se volvió a «autopremiar».
Pero en mi caso, además, llueve sobre mojado. Porque no se trata sólo de cine. Este fulano del aeropuerto, de estilo más bien cutre, me trae a la memoria a varios viejos, queridos y ya fallecidos amigos, como los que en aquellos años fascinantes de La ley de la calle se asomaban al programa legendario –periodistas, putas, yonquis, choros, policías– que hicimos en RNE hasta que un mal sujeto llamado Diego Carcedo se lo cargó por turbias razones personales. Como mi querido Ángel Ejarque, el rey del trile y el morro urbano –sus reglas eran nunca gente mayor, nunca viudas–, artista del rollo callejero que mejor encarnó a la selecta aristocracia del barrio, que dejó de fumar el año pasado y de quien ya he escrito en esta página. O del fino y mítico Pepe Muelas, el hombre que vendió el tranvía 1001 e inventó los timos geniales del telémetro, el abrigo de visón y el Stradivarius, y a quien la última vez que detuvieron estaba numerando con tiza las piezas de la Cibeles, a las cuatro de la madrugada, para vendérsela a un millonetis gringo.
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